Entonces, lo más recomendable es no darle un teléfono inteligente hasta que sea un adolescente pleno, según un reciente estudio importante.
La investigación, publicada en el Journal of Human Development and Capabilities, encontró que los niños que recibieron su primer teléfono inteligente antes de los 13 años tienden a experimentar peor salud mental y bienestar.
Específicamente, los jóvenes de entre 18 y 24 años que obtuvieron su primer teléfono a los 12 años o menos mostraron mayores probabilidades de tener pensamientos suicidas, comportamientos agresivos, desconexión de la realidad, dificultades para manejar sus emociones y baja autoestima.
Gran parte de esta relación se atribuye a la exposición temprana a redes sociales tóxicas, según los investigadores. Otros factores que también influyen incluyen el ciberacoso, la interrupción del sueño y conflictos familiares.
La investigadora principal, Tara Thiagarajan, de Sapien Labs, comentó que estos datos muestran que la posesión temprana de teléfonos inteligentes y el acceso a las redes sociales están vinculados a cambios significativos en la salud mental y el bienestar en la adultez temprana.
Thiagarajan agregó que, aunque los resultados le sorprendieron por su solidez, tiene sentido que una mente joven en desarrollo sea más vulnerable al impacto del entorno digital por su falta de experiencia.
Para el estudio, analizaron datos de más de 100,000 adultos jóvenes a nivel global como parte del Proyecto Global Mind, cuyo objetivo es evaluar cómo la sociedad moderna afecta la salud mental.
Los participantes completaron un cuestionario que midió su Cociente de Salud Mental (MHQ), evaluando su bienestar social, emocional, cognitivo y físico.
El estudio se centró en la Generación Z, nacida entre 1997 y 2012, la primera generación en crecer con teléfonos inteligentes y redes sociales desde la infancia.
Los resultados indicaron que quienes obtuvieron su primer teléfono antes de la adolescencia tuvieron puntajes MHQ más bajos que quienes lo hicieron más tarde.
Además, mientras más temprano recibieron el teléfono, peor fue su salud mental y bienestar general. Por ejemplo, el 48% de las niñas que recibieron su primer teléfono a los 5 o 6 años reportaron pensamientos suicidas, en contraste con el 28% de quienes lo recibieron a los 13 años.
Las jóvenes que obtuvieron teléfonos a edades tempranas tendían a tener una autoimagen, autoestima y confianza más bajas, además de menos resiliencia emocional. En los niños, se observó menor estabilidad emocional, autoestima y empatía.
El estudio señala que el acceso precoz a redes sociales explica cerca del 40% de la relación entre el uso temprano de teléfonos inteligentes y una peor salud mental en la adultez temprana.
Los investigadores también destacaron que los algoritmos de las redes sociales, impulsados por inteligencia artificial, amplifican contenido dañino y fomentan comparaciones negativas con influencers, afectando a los jóvenes.
Además, las malas relaciones familiares (13%), las interrupciones del sueño (12%) y el ciberacoso (10%) contribuyen a esta problemática.
Basándose en estos hallazgos, Thiagarajan recomendó que los responsables políticos adopten medidas preventivas similares a las regulaciones sobre alcohol y tabaco, como restringir el acceso a teléfonos inteligentes para menores de 13 años, promover la educación en alfabetización digital y exigir responsabilidad a las empresas tecnológicas.
Algunos países, como Francia, Países Bajos, Italia y Nueva Zelanda, ya han prohibido o limitado el uso de celulares en las escuelas. En Estados Unidos, varios estados han aprobado leyes para restringir o prohibir los teléfonos en los centros educativos.
Thiagarajan concluyó que, aunque los teléfonos inteligentes y las redes sociales no son la única causa de las crisis de salud mental en los jóvenes adultos, sí representan un factor significativo que afecta profundamente su bienestar y desarrollo social.
Finalmente, los investigadores reconocen que el estudio no puede probar una relación causal directa entre el acceso temprano a teléfonos y problemas de salud mental, y que se necesita más investigación para aclarar estos vínculos. Sin embargo, advierten que esperar pruebas concluyentes podría retrasar acciones preventivas necesarias.