¿Puedes imaginar qué pasaría si los humanos nunca dejaran de crecer? A los ochenta años podríamos medir más de tres metros, con huesos extremadamente largos y una espalda que no cabría en una silla. Nuestro peso sería tan elevado que las articulaciones, el corazón y los pulmones no podrían soportarlo, causando serios problemas de salud.
A diferencia de algunos animales como ciertos peces, reptiles y anfibios que continúan creciendo toda su vida, los humanos detienen el crecimiento óseo después de la adolescencia. Según explicó José Miguel Robles Romero, profesor de la Facultad de Enfermería de la Universidad de Huelva, esto ocurre por la interacción entre hormonas y unas estructuras llamadas placas de crecimiento.
Durante la infancia y adolescencia, los huesos no tienen la dureza que presentan en la adultez. Inicialmente, están formados por cartílago, un tejido flexible similar al de la punta de la nariz o las orejas, que poco a poco se convierte en hueso mediante un proceso llamado osificación.
Las placas de crecimiento, situadas en los extremos de los huesos largos como el fémur o el húmero, son las zonas donde ocurre el aumento en longitud. Estas placas están compuestas por cartílago y son áreas de renovación celular continua, donde las células llamadas condrocitos se multiplican y transforman en hueso nuevo, permitiendo que los huesos crezcan.
Robles Romero destacó que los huesos son estructuras vivas que se renuevan constantemente para mantener su salud, pero el crecimiento en longitud solo ocurre durante la infancia y gran parte de la adolescencia.
El crecimiento óseo está regulado por diversas hormonas. En la niñez, la hormona del crecimiento (GH) y los factores similares a la insulina (IGF-1) son fundamentales. En la pubertad aparecen los estrógenos y la testosterona, hormonas presentes en ambos sexos, que primero provocan el estirón adolescente y luego causan el cierre de las placas de crecimiento, transformando el cartílago en tejido óseo y terminando así el aumento de altura.
Por lo general, las niñas alcanzan su estatura definitiva entre los 14 y 16 años, y los niños entre los 16 y 18, aunque en algunos casos este proceso puede prolongarse hasta los 20 años. Para saber si una persona sigue creciendo, se realiza una radiografía de la mano o la muñeca; si las placas de crecimiento aún están visibles, es probable que siga aumentando su estatura.
Las placas de crecimiento son delicadas y pueden dañarse con fracturas durante la niñez o adolescencia, lo que podría afectar el crecimiento. Por eso es crucial tratar bien cualquier lesión en estas áreas. Aunque existen muchos mitos sobre cómo “reactivar” las placas cerradas mediante suplementos, hormonas o ejercicios para crecer en la adultez, la ciencia no ha encontrado métodos seguros para hacerlo, y el uso de hormonas de crecimiento en adultos no aumenta la estatura y puede ser peligroso.
Algunas personas tienen problemas de crecimiento por razones genéticas, hormonales o enfermedades específicas, las cuales pueden diagnosticarse y tratarse a tiempo con atención médica. Sin embargo, la diversidad en la estatura es normal y depende en gran parte de la herencia genética; si los padres son bajos, es común que sus hijos también lo sean.
Aunque los huesos dejan de crecer en longitud después de la adolescencia, el cuerpo sigue cambiando: la masa ósea alcanza su máximo entre los 20 y 30 años y luego disminuye gradualmente. Por eso es importante mantener una dieta saludable y hacer ejercicio regularmente para conservar huesos fuertes.
El crecimiento no solo se trata de aumentar en estatura. Durante la adolescencia también se desarrollan el cerebro, las emociones, la personalidad y la autonomía. Por eso, aunque los huesos dejen de crecer en centímetros, el desarrollo personal continúa avanzando en muchos otros aspectos. Como concluye Robles Romero, “crecer no es solo hacerse más alto”.