Durante la pandemia por COVID-19, muchas personas experimentaron un envejecimiento cerebral acelerado, incluso sin haber contraído el virus, según reveló un estudio reciente publicado en la revista Nature.
La investigación identificó alteraciones significativas en la estructura cerebral a través de escaneos, afectando con mayor intensidad a adultos mayores, hombres y personas que viven en condiciones socioeconómicas vulnerables.
Los resultados provienen del análisis de cerca de mil individuos sanos que fueron sometidos a estudios cerebrales tanto antes como después del inicio de la pandemia. En promedio, los investigadores observaron que los cerebros de estas personas mostraron un envejecimiento adicional de 5.5 meses en comparación con el grupo de control, conformado por quienes se sometieron a ambas exploraciones antes de que comenzara la emergencia sanitaria por el SARS-CoV-2.
Sin embargo, las pruebas cognitivas sólo detectaron deterioro funcional en las personas que sí se infectaron con el virus. En este grupo se observaron reducciones en la velocidad mental y en la capacidad de cambiar entre tareas, mientras que los no infectados, pese a presentar cambios estructurales, no mostraron pérdida cognitiva evidente.
Cómo se estimó la edad cerebral
El estudio utilizó imágenes cerebrales de más de 15,000 adultos sanos, con una edad media de 63 años, provenientes de una base de datos biomédica. Los investigadores entrenaron modelos de inteligencia artificial para detectar patrones en los escaneos que reflejan la edad del cerebro, lo que permitió calcular una “brecha cerebral”: la diferencia entre la edad cronológica y la edad estimada del cerebro.
Con esta metodología, aplicaron los modelos a un segundo grupo de 996 individuos sanos que se sometieron a dos escaneos cerebrales con al menos dos años de diferencia. Parte de ellos fueron evaluados antes y después de la pandemia, mientras que el grupo de comparación lo fue en ambos casos antes del brote.
El entorno influye en el envejecimiento cerebral
Ali-Reza Mohammadi-Nejad, coautor del estudio e investigador en neuroimagen en la Universidad de Nottingham, subrayó que el bienestar cerebral no depende únicamente de aspectos médicos o genéticos, sino también del entorno en el que las personas viven. Según explicó, los signos de envejecimiento cerebral en quienes no se contagiaron podrían deberse a factores emocionales y sociales como el confinamiento, el aislamiento y el estrés acumulado durante la pandemia.
Este estudio aporta nueva información sobre los efectos indirectos del COVID-19 en el cerebro humano, abriendo interrogantes sobre cómo las crisis prolongadas afectan la salud neurológica y la capacidad del cerebro para resistirlas.