¿Se acabó el blindaje a Andy, Gonzalo y José Ramón?
Mario MaldonadoHace unas semanas, la presidenta Claudia Sheinbaum mandó un mensaje a los hijos del expresidente Andrés Manuel López Obrador. No fue una cita formal ni una reunión protocolaria, pero sí una comunicación directa: “Con su padre, respeto y lealtad incondicional, pero ustedes tienen que cuidarse y actuar correctamente. El gobierno y el movimiento no van a hacerse cargo”, les dijo, según tres fuentes bien acreditadas relacionadas con el gobierno.
El mensaje fue interpretado como una advertencia amable, pero inequívoca. Desde que asumió la presidencia, Sheinbaum ha intentado trazar una línea entre la lealtad política al fundador de la Cuarta Transformación y la independencia de su gobierno. La figura de los López Beltrán —Andy, Gonzalo y José Ramón—, que en el sexenio pasado fueron arropados y operaron a la sombra de Palacio Nacional, a contracorriente de los escándalos revelados por los medios de comunicación, hoy están perdiendo sus privilegios.
De los tres, Andy López Beltrán es quien más incomoda al gobierno de Sheinbaum. Ha sido descrito como operador político, intermediario de sus amigos empresarios –lo mismo del sector de medicamentos, construcción, balasto, hoteles, restaurantes, espectáculos y otros giros– y figura influyente en decisiones estratégicas del partido, en el cual funge como secretario de organización.
Tras un prolongado viaje a Japón y un periodo de silencio, volvió a aparecer en el radar público, aunque con menor protagonismo. Su relación con la presidenta del partido, Luisa María Alcalde, sigue siendo tensa, porque la acusa de haber filtrado la información sobre su lujoso viaje a Seattle y Tokio. La hija de Bertha Alcalde Luján se ha acercado y opera de la mano de la presidenta Sheinbaum, mientras Andy representa a una parte del ala más radical de la 4T, o por lo menos al grupo que se opone a que Sheinbaum impulse a un candidato en el 2030.
Gonzalo López Beltrán, el segundo de los hijos, es el más cercano a su padre. Actúa como su secretario y especie de jefe de oficina. Es el enlace con Lázaro Cárdenas Batel y Alejandro Esquer, los hombres que siguen operando la red política del expresidente entre Palacio Nacional y en el Congreso. Gonzalo conserva la lealtad absoluta de su padre, pero en el entorno de Sheinbaum lo observan con cautela.José Ramón, el mayor, acaba de cambiar su residencia de Texas a México, después de años de vivir en Houston, donde su vida personal y los escándalos por la llamada “casa gris” lo mantuvieron bajo los reflectores. La mudanza fue sugerida por amigos cercanos a su padre y por sus padrinos políticos en México, que le recomendaron regresar al país, pero en bajo perfil. Está por casarse en los próximos días y se comenta que la boda se realizará en el sureste, probablemente en alguna de las propiedades o recintos vinculados con contratistas amigos del régimen, como también lo hizo Gonzalo hace unos meses.
El aviso de Sheinbaum a los hijos de AMLO llega en un momento simbólico. La Presidenta necesita consolidar su autoridad sin romper la unidad del movimiento, pero al mismo tiempo marcar distancia de los excesos, los conflictos de interés y los privilegios familiares que dominaron el sexenio anterior. Por eso, su mensaje no es solo a tres personas. Es una advertencia a toda una estructura que, durante seis años, funcionó con lógica patrimonialista, donde la cercanía con el Presidente equivalía a poder, contratos o influencia.
El propio López Obrador, desde antes de dejar el cargo, intentó deslindarse públicamente de sus hijos. “No hay derecho de que nadie quiera apropiarse de lo que hice, es de todos. Lo que contribuí a la transformación, no pertenece a mis hijos, cada quien tiene que forjarse su propio destino y así lo entienden ellos, porque no se heredan, en política, los genes; es la conducta, la actitud, el trabajo y el amor al pueblo”, expuso en septiembre de 2024. Pero la realidad política y mediática lo alcanzó. Los López Beltrán se convirtieron en símbolos de la contradicción entre el discurso austero y la práctica del poder.
Sheinbaum, que aprendió de cerca los costos de esos excesos, entiende que su gobierno no puede permitirse los mismos fantasmas. De ahí el mensaje. No se trata de una ruptura con López Obrador, a quien sigue considerando su guía política y aliado indispensable, sino de una delimitación de responsabilidades y un mensaje que el gobierno de Estados Unidos ha apuntalado con las cancelaciones de visas y señalamientos contra quienes han estado presuntamente relacionados con actividades ilícitas. El mensaje es que los tiempos del blindaje familiar se acabaron.
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