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¡Pobre Europa insegura y dividida!

Jean Meyer
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Ucrania es parte de Europa, por lo menos desde que, en la Edad Media, la princesa Anna de Kyiv se casó con el rey de Francia. Ucrania está amenazada y, si Trump suspende el apoyo estadounidense, más aún, porque Europa está impreparada para defenderse sola, y, peor tantito, dividida. No solo entre países, sino dentro de las naciones. 

En Francia, el Rassemblement National, en Alemania, Alternativ für Deutschland, en Holanda, el partido de Geert Wilders, son de extrema derecha, enemigos de la Unión Europea y cercanos a Rusia; en Dinamarca esa derecha está en el gobierno de coalición, en Suecia y Rumania va subiendo; en Eslovaquia y en Hungría está en el poder y pro-Putin; en Italia, la primera ministra Milei, de la misma corriente, por lo menos defiende a Ucrania, pero el pueblo italiano es de manera legítima muy pacifista: simpatiza con Ucrania pero no quiere apoyarla militarmente. La España de Pedro Sánchez no cumple su tarea en la OTAN y piensa que está muy lejos, olvidando que cualquier cohete ruso le llega en menos de diez minutos.

En Rumania, la extrema derecha reclama una parte del territorio ucraniano y Hungría otro tanto: la Rutenia transcarpática donde viven 100 mil húngaros que forman el 10 por ciento de la población provincial. Por cierto, en 2014,inmediatamente después de la anexión de Crimea, el Kremlin propuso a Hungría, Rumania y Polonia desmembrar y repartirse Ucrania…

El domingo 2 de junio, a 36 años de la victoria electoral democrática de Solidarnosc, un domingo 4 de junio, los polacos eligieron un presidente del partido nacionalista derechista PiS (Justicia y Derecho) Karol Nawrocki. Cortísima diferencia para la victoria ciertamente: 50.89 por ciento contra 49.11 o sea 370 mil votos, cuando votaron15 millones: Polonia está dividida en dos, no es nada nuevo, pero Nawrocki promete ser más radical que el presidente saliente, del mismo partido. 

Juró acabar con el gobierno liberal de Donald Tusk, oponerse a la entrada de Ucrania a la OTAN y a la Unión Europea, eso sí, oponerse a Rusia por todos los medios. En este punto no tiene nada que ver con el húngaro Orban y el eslovaco Fico. Donald Trump apoyó su candidatura de tal manera que los trumpianos celebran la llegada de MAGA a Varsovia. Viktor Orban, el primero en felicitar a Karol Nawrocki, saludó su “fantástica victoria”.

Volodymyr Zelensky felicitó en seguida a su colega polaco, el cual le contestó que trabajará en “profundizar nuestra cooperación” y seguirá el apoyo a la resistencia de Ucrania contra Rusia, pero “creo que eso necesita no sólo un diálogo constructivo, sino también resolver difíciles asuntos históricos”. ¿De qué se trata? No tanto de las tensiones producidas por la presencia de 1 millón de refugiados ucranianos, que se suma a la presencia anterior de otro millón de trabajadores ucranianos, y por la competencia de la agricultura de Ucrania que afecta a los agricultores polacos.

Se trata de un asunto de memoria histórica, asunto muy real, pero exacerbado por el partido del nuevo presidente: las masacres de Volinia en 1943, que el partido califica de genocidio perpetrado por ucranianos contra los polacos de esa provincia. Volinia y Galizia forman parte del Estado ucraniano desde 1944. Históricamente, de 1795 a 1918, estaban en el imperio Habsburgo, luego de 1919 a 1939 en la resucitada Gran Polonia.
 
En 1939, cuando Hitler y Stalin se repartieron Polonia, las poblaban 68 por ciento ucranianos, 17 por ciento polacos y 10 por ciento judíos. Hitler acabó con los judíos. En 1943, la UPA, Ejército Insurgente Ucraniano, previendo el final de la guerra, decidió expulsar a los polacos y masacró de 60 a 100 mil personas. En represalia, la guerrilla polaca mató a 20 mil ucranianos. Luego Stalin organizó la expulsión de 800 mil polacos de la nueva Ucrania y de 500 mil ucranianos de la nueva Polonia; en primavera de 1947, la “Operación Vístula” finiquitó la limpieza étnica y trasplantó 150 mil campesinos ucranianos del oriente de Polonia a las nuevas provincias occidentales quitadas a Prusia. Tales son los “difíciles asuntos históricos”.

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