Michoacán sublevado: primera gran crisis de Claudia
Salvador García SotoMichoacán no se rinde. El estado que simboliza y confirma el fracaso del Estado mexicano y de todos sus gobiernos de los últimos 25 años para enfrentar, controlar y contener el imperio del narcotráfico que hoy gobierna este país, ha tomado la bandera de la sublevación y la protesta para gritar un ¡ya basta! de la violencia que ahoga y asfixia a los michoacanos y al resto de la República.
En las calles de Uruapan y de Morelia, además de Apatzingán —que representan las tres regiones geográficas y productivas del estado: Bajío, Meseta Purépecha y la Tierra Caliente—, está aflorando el hartazgo y el cansancio de la población mexicana que ya no quiere vivir en el miedo, la extorsión, la muerte y desaparición que comete diariamente el crimen organizado contra los mexicanos de bien que trabajan, producen y pagan impuestos (dobles: al gobierno y a los narcos) y que no reciben a cambio protección y seguridad por parte del gobierno, ni tienen tranquilidad ni paz para ellos y sus familias.
El brutal asesinato del alcalde Carlos Manzo, ocurrido el pasado 1 de noviembre, en plena celebración popular del Día de Muertos y mientras el funcionario convivía con la gente y cargaba en brazos a su hijo de escasos dos años, ha sido el detonante de un movimiento popular y orgánico en Michoacán en el que jóvenes estudiantes, amas de casa, profesionistas, campesinos y obreros han decidido demostrar por qué Michoacán ha sido, en la historia de México, una de las cunas de revolución, lucha popular y cambio desde la Independencia hasta la Revolución y la guerra de Reforma.
Y cuando en el gobierno de la doctora Sheinbaum pretenden minimizar y descalificar la rebelión michoacana, aduciendo sus ya trilladas teorías conspiratorias de “la derecha siniestra y la comentocracia”, mientras se sacan de la chistera un “plan de paz y justicia para Michoacán” que no es más que un catálogo de ocurrencias y buenas intenciones, de las mismas que han empedrado el camino al infierno narco que hoy viven Michoacán y México, en las calles de las ciudades del estado no dejan de resonar los gritos de “¡Fuera Claudia¡” y “¡Fuera Morena!”, que señalan directamente a quienes los michoacanos culpan del magnicidio del alcalde Manzo.
En ese sentido, Michoacán y sus habitantes le están enseñando a los mexicanos, como ya lo hicieron en otras etapas de la vida de esta República, que el camino para salir de la violencia narca y el narcogobierno que hoy manda en todo el país no está en agachar la cabeza y paralizarse por el miedo; mucho menos en estirar la mano y recibir dinero del gobierno a cambio del voto y de lealtad política.El mensaje que hoy manda este estado occidental de México a todos los mexicanos es que los tiranos, sean del narco o del gobierno o de la colusión y complicidad de ambos, mandarán hasta que los ciudadanos de este país dejemos de ser cobardes y alcemos la voz para gritarles a criminales y gobernantes, que hoy se sienten dueños absolutos del país, que México es más grande que la violencia narca y que cualquier partido o régimen que crea tener la verdad absoluta.
¿Cuántos estados más han vivido y viven desde hace al menos 20 años la misma tragedia de ver caer a sus ciudadanos buenos y valientes a manos de la crueldad del narco? ¿en cuántos municipios de México han asesinado a alcaldes, a regidores, a ciudadanos inocentes por no querer doblegarse ni callarse ante los capos de la droga y sus sicarios, por no pagar derecho de piso, por no aceptar negocios sucios o simplemente por estar en la calle o en un espacio público en el momento menos indicado?
¿A cuántos jóvenes o incluso niños los ha levantado y reclutado el crimen organizado para convertirlos en sicarios o en halcones y enseñarlos a matar o a vigilar para ellos por unos cuántos pesos o a veces sólo por regalarles la droga a la que ellos mismos los volvieron adictos? ¿Cuántos estudiantes, mujeres jóvenes, padres de familia o cualquier persona que sale todos los días a ganarse la vida en este país no han desaparecido a manos de los narcos, sin que se sepa si viven o mueren, y si están en una red de trata, en un campo de entrenamiento o en una fosa clandestina de este enorme cementerio que hoy es todo el territorio nacional?
Hoy, sin lugar a ninguna duda, todo México y las 32 entidades federativas que lo integran tendrían razones para sumarse al levantamiento de los michoacanos y gritar las mismas consignas con el mismo nivel de hartazgo y desesperación que hoy se ve en aquel estado. Pero seguramente la mayoría preferirá seguir en el silencio cómplice y cobarde, aguantar y callar, porque los actos de valor en este México de la 4T se pagan con la vida y los valientes están solos al momento que llegan los sicarios a secuestrarlos, desaparecerlos o matarlos.
Y los gobernantes preferirán seguir en su discurso conspiratorio con el que atacan e investigan a quienes promueven la protesta y la manifestación popular, pero no atacan, ni con el pétalo de una declaración o una condena fuerte a los criminales, a los capos que hoy mandan en la mayor parte de la República y a los que ni la Presidenta ni su gabinete se atreven siquiera a mencionar por su nombre, mucho menos a amenazarlos o a culparlos de la violencia irracional que hoy vive México.
A los críticos y a los que se subleven al orden narcopolítico que hoy domina al país, ferocidad total desde la Presidencia; a los narcos, en cambio, una lucha dosificada y lenta que, mientras les da algunos “golpes”, decomisos y detenciones, sigue permitiendo su impunidad y su reinado de fuego y miedo. Porque, ya lo dijo la Presidenta que hoy enfrenta en Michoacán su primera gran crisis en apenas el primer año de gobierno, “no volverá la guerra contra el narco” y, en lugar de los “abrazos, no balazos” que cedieron las facultades del Estado a los criminales, sólo habrá una “inteligencia” del gabinete de seguridad que ni alcanza ni es suficiente para arrancar de golpe y de raíz el cáncer que nos está consumiendo como país y como sociedad.
Michoacán y los michoacanos y michoacanas ya abrieron un camino para intentar salir del narcoinfierno que vivimos. ¿Cuántos mexicanos más están dispuestos a apoyarlos y a seguirlos?
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