La zapatería artesanal se desploma; ya es un oficio en riesgo

El testimonio de Ernesto y Lidia no es un caso aislado: es parte de una tendencia general de un trabajo a la baja.

Se conocieron un 14 de febrero, hace más de cuatro décadas, en las calles de Torreón. Una coincidencia singular: ambos habían llegado casi al mismo tiempo a la ciudad; vivían en la misma cuadra, tomaban el mismo camión y se bajaban en el mismo sitio. Así pasaron un año, hasta que decidieron casarse.

Él, Ernesto Delgado Ramírez, nació en Hidalgo del Parral, Chihuahua; ella, Lidia Lerma de Delgado, en Indé, Durango. Con los años formaron una familia con cuatro hijos y construyeron un oficio que les dio de comer: la reparación de calzado. Su taller, ubicado sobre la avenida Allende —entre Valdés Carrillo y Zaragoza, en el centro de Torreón—, ha sido su sustento durante décadas. Afuera, la vitrina repleta de botas y zapatos de los clientes; adentro, la maquinaria especializada. Y detrás, en estanterías, pares que a veces esperaban semanas —o meses— a ser recogidos.

Pero en las últimas décadas, algo cambió. Las nuevas formas de producción, de consumo y de moda desplazaron lo artesanal. Los zapatos son ahora, muchas veces, de "usar y tirar": más ligeros, menos reparables. Así lo describen ellos, con nostalgia. Las facilidades para comprar calzado barato han reducido drásticamente la demanda de reparación.

Ernesto lo siente cada semana: "Si no llega un cliente, restando costos e impuestos, a lo mucho ganamos 700 pesos". Afortunadamente, ya no dependen solo de ese ingreso —ambos cuentan con pensiones y sus hijos, todos profesionistas, apoyan en el hogar—, pero saben que ese taller, en el fondo, es todo lo que tienen.

Él recuerda que de niño ya era mandadero en talleres de zapatería: "Por cada mandado anotaban una rayita... Y me pagaban 20 centavos. A veces sacaba doce pesos a la semana —era buen dinero—". Lidia guarda sus propios recuerdos: "Mi papá viajaba desde Indé con su camión de carga; nos trasladó a Torreón cuando la tierra dejó de dar. Yo salí hasta sexto año; no terminé la escuela. Aquí conocí a Ernesto".

El testimonio de Ernesto y Lidia no es un caso aislado: forma parte de una tendencia nacional. Según datos recientes del gobierno mexicano, para 2025 el número de zapateros artesanales se redujo a unas 54 mil 400 personas registradas —una baja del 13.2 % respecto al trimestre anterior, de acuerdo con estadísticas de la Secretaría de Economía—. Su salario promedio mensual ronda los 4 mil 980 pesos, lo que evidencia la precariedad del oficio en nuestros días. Además, cerca del 84 % de estos trabajadores se desempeña en la informalidad, colocándolos entre las actividades más vulnerables del país, según confirma el portal de la propia Secretaría.

Estas cifras reflejan una realidad que los zapateros conocen bien: sus talleres se vacían, sus suelas se apagan, sus historias se apilan en estanterías. Pero también revelan algo más: muchos oficios artesanales —como la zapatería, la talabartería o la alfarería— están al borde de desaparecer, mientras la industria de la moda rápida y el consumo desechable gana terreno.

De acuerdo con un informe sobre el sector artesanal en México, en 2021 la producción artesanal generó cerca de 480 mil empleos remunerados, lo que representó casi el 38 % del total de empleos del sector cultural, según datos del INEGI. Pero dentro de ese universo amplio, muchos oficios tradicionales como el de zapatero —cuya demanda se ha desplomado— se aproximan al límite.

Para Ernesto y Lidia, su taller no es solo una fuente de ingresos: es su identidad. "Cuando reparas un zapato, no solo arreglas cuero y suela —dice Ernesto—; reparas caminatas, regresos, encuentros...".

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