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Fuga de drenaje frente al hospital de zona genera inconformidad

La fuga recorre la avenida Mendoza Berrueto hasta llegar con Pérez Treviño afectando a la sociedad.

Fuga de drenaje frente al hospital de zona genera inconformidad: La fuga recorre la avenida Mendoza Berrueto hasta llegar con Pérez Treviño afectando a la sociedad.
José Gaytán
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Fuga de drenaje frente al hospital de zona genera inconformidad: La fuga recorre la avenida Mendoza Berrueto hasta llegar con Pérez Treviño afectando a la sociedad.
Fuga de drenaje frente al hospital de zona genera inconformidad: La fuga recorre la avenida Mendoza Berrueto hasta llegar con Pérez Treviño afectando a la sociedad.

La presencia de una fuga de drenaje frente al Hospital General de Zona No. 11 del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) en Piedras Negras ha generado un malestar generalizado entre quienes transitan por la zona. El lugar, que debería representar un punto de atención médica, salubridad y asistencia a la comunidad, hoy se ve rodeado por aguas negras que corren libremente sobre el pavimento, desbordándose por la avenida Mendoza Berrueto, en la intersección con Pérez Treviño. El sitio, frecuentado diariamente por pacientes, trabajadores de la salud, familiares y transeúntes, se ha convertido en una muestra palpable del deterioro urbano y de la insensibilidad hacia las condiciones de salud ambiental.

El origen de esta fuga, según se observa en el entorno, se encuentra en un inmueble abandonado que anteriormente funcionaba como hotel. Actualmente, el sitio yace en el olvido, con estructuras descompuestas y conexiones colapsadas, desde donde aparentemente emanan las aguas residuales que se esparcen por gran parte de la vialidad. Lo que debería ser un acceso limpio y seguro a un centro médico se ha transformado en una trampa de pestilencia, lodo y focos de infección, justo en la antesala de uno de los hospitales más importantes de la región.

La escena resulta irónica y contradictoria: un centro de salud que lucha por recuperar a sus pacientes del deterioro físico y emocional, rodeado por un entorno que, a simple vista, enferma. El olor nauseabundo que se percibe desde varios metros a la redonda, las manchas verdosas sobre el asfalto, los charcos contaminados y la proliferación de insectos han convertido el paso por la zona en una experiencia desagradable e incluso peligrosa.

Además de los efectos visibles y olfativos, la situación representa un problema estructural con implicaciones más profundas. En primer lugar, la exposición prolongada a aguas negras es una amenaza directa a la salud pública. La presencia de bacterias, virus y parásitos en estos desechos puede generar brotes de enfermedades gastrointestinales, infecciones dérmicas y respiratorias, especialmente en personas con sistemas inmunológicos debilitados, como los que suelen acudir al hospital. Lo preocupante es que, lejos de ser un evento aislado, esta situación se ha prolongado por días —incluso semanas— sin que se haya percibido mejoría alguna.

Por otro lado, quienes trabajan o tienen comercios en la zona enfrentan una afectación económica importante. En las inmediaciones del hospital se ubican diversos negocios, en su mayoría puestos de comida rápida, farmacias y tiendas de conveniencia que dependen del paso constante de pacientes y visitantes. Sin embargo, la imagen y condiciones que ofrece el entorno disuaden a cualquier cliente potencial. ¿Quién puede detenerse a comprar alimentos o consumir en un espacio invadido por olores pestilentes, moscas y escurrimientos de aguas negras?

Esta problemática pone de relieve una desconexión alarmante entre el crecimiento urbano y el mantenimiento de la infraestructura pública. La ciudad sigue expandiéndose, aumentando su densidad y complejidad, pero los servicios básicos no parecen crecer a la par ni mantenerse en funcionamiento óptimo. La infraestructura sanitaria es una de las más invisibles, pero también una de las más esenciales. Su falla no solo genera molestias; expone con crudeza el descuido institucional hacia lo más elemental: la higiene urbana.

Resulta difícil no pensar en lo que implica, a nivel simbólico, que esta situación se dé justo en un espacio dedicado al cuidado de la salud. Es como si el entorno gritara con fuerza lo que muchas veces se normaliza en silencio: que la salud no solo se atiende con médicos y medicinas, sino también con calles limpias, sistemas de drenaje funcionales y espacios públicos dignos. Que la recuperación de un paciente puede verse afectada por el entorno que lo rodea, y que el respeto por la dignidad humana comienza, también, en la forma en que se gestiona lo común.

Mientras las aguas negras continúan fluyendo, lo que también fluye es una sensación de frustración colectiva. La ciudadanía observa, camina sobre las fugas, respira el aire contaminado y se ve obligada a adaptarse a lo inaceptable. Lo que debiera ser motivo de atención inmediata se convierte, por falta de respuesta, en parte del paisaje cotidiano. Se naturaliza la podredumbre, se tolera lo insalubre y se acepta, sin remedio, que las condiciones mínimas de vida urbana pueden verse comprometidas sin consecuencias aparentes.

La situación invita a una reflexión urgente sobre las prioridades y los valores que guían la gestión del espacio público. El deterioro no se da de un día para otro; es consecuencia de la omisión constante, del aplazamiento indefinido, de la falta de visión a largo plazo. Y aunque la fuga frente al hospital es una expresión local de este problema, representa un fenómeno que se repite en muchas otras zonas de la ciudad. El mal estado del drenaje, las calles colapsadas, los predios abandonados y el descuido generalizado forman parte de una cadena de negligencias que deben romperse si se quiere avanzar hacia una ciudad más saludable, funcional y respetuosa de sus habitantes.

En suma, la fuga de drenaje frente al hospital de zona no solo contamina el ambiente: también contamina la imagen de la ciudad, la percepción sobre el cuidado urbano y el compromiso con la salud pública. Mientras continúe sin atención, será un símbolo del abandono institucional, de la falta de empatía con los ciudadanos y de una ciudad que no cuida ni siquiera los espacios que deberían ser santuarios de recuperación y dignidad humana.

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