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El ocaso de las “corcholatas” de Morena

Mario Maldonado
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No ha pasado ni un año del proceso interno mediante el cual Morena eligió a su candidata presidencial y las llamadas “corcholatas” ya se desgastaron al grado de que algunas lucen inservibles. Los escándalos y estridencias que arrastran Adán Augusto López, Ricardo Monreal y Gerardo Fernández Noroña han sido tales que para los tres se anticipa su ocaso político.

Lejos de consolidarse como figuras fuertes dentro del nuevo gobierno o de mantener su influencia en el aparato político nacional, los aspirantes a la candidatura presidencial de la 4T, casi todos impulsados por Andrés Manuel López Obrador, empezaron a diluirse y, peor aún, se convirtieron en estorbos incómodos para la administración de la “corcholata” ganadora, Claudia                           Sheinbaum.

El caso más evidente es el de Adán Augusto López, el exsecretario de Gobernación, quien enfrenta una de las mayores crisis por su relación con el exsecretario de Seguridad de Tabasco durante su mandato como gobernador, Hernán Bermudez, acusado de ser el líder del grupo criminal La Barredora. El escándalo, a la luz de las acusaciones del gobierno de Estados Unidos por lo que describe como una “alianza intolerable” del gobierno con los cárteles de la droga, ha sido terminante para cualquier otra aspiración política del todavía presidente de la Junta de Coordinación Política del Senado. Su salida de ese cargo es inminente y dentro del mismo movimiento morenista hay divisiones sobre si respaldarlo o dejarlo desangrarse.

La operación política de Adán Augusto en el Senado, a menudo a base de argucias legales u ofrecimientos de impunidad, como el caso de los Yunes para sacar los votos de la reforma judicial, fue cuestionada y criticada incluso por morenistas. Ni qué decir del apoyo financiero a senadores y senadoras que buscan ser gobernadores de sus estados en el 2027. Hoy el exsecretario de todas las confianzas de AMLO ya es tóxico e insostenible.

El otro coordinador legislativo y presidente de la Junta de Coordinación Política de la Cámara de Diputados, Ricardo Monreal, ha quedado atrapado en el limbo. La otrora “corcholata” de Morena no forma parte del primer círculo de la Presidenta y, al contrario, ha contravenido sus discursos de austeridad. Desde los viajes en helicóptero privado junto a su compadre, el diputado y líder sindical Pedro Haces, pasando los descalabros electorales, como el de la alcaldía Cuauhtémoc, y su más reciente viaje a Europa, lo tienen disminuido. Si se usara una expresión del deporte favorito de su exjefe y mentor, Andrés Manuel López Obrador, su línea de bateo está en strike, es decir, ponchado.

Quizá por eso hace unos días, durante un foro con jóvenes, Monreal afirmó estar en su “proceso final de vida pública” y aseguró que ya no disputará ningún cargo público en el futuro. “Estoy en mi proceso de salida… ya no voy a disputar ningún espacio político”, dijo.

Y luego está Gerardo Fernández Noroña, el más ruidoso de todos, pero a su vez el de mayor doble moral. Durante el proceso de selección fue funcional: ayudó a movilizar bases, a simular pluralidad (por provenir del PT) y fue el perro de pelea contra la oposición, un rol que siempre le ha gustado desempeñar. Terminado el proceso, lo hicieron a un lado. Fue el propio López Obrador el que lo marginó. Sin embargo, con su estridencia que lo caracteriza se hizo del cargo de presidente del Senado, desde donde se dedicó a hacer turismo legislativo en primera clase, lo que a su vez mereció críticas de Sheinbaum y de integrantes del movimiento. Noroña no tiene influencia real en la estructura de poder. Su estilo confrontativo e incendiario dejó de ser útil y tan pronto como el 1 de septiembre pasará a ser un desahuciado.

Tal vez Marcelo Ebrard, actual secretario de Economía, sea el único que ha librado en cierta medida el desgaste de su cargo y del proceso anterior, pese a que fue el que más frontalmente se peleó con la ahora presidenta Claudia Sheinbaum. Ebrard deberá desempeñar un gran papel como negociador con Estados Unidos y en la renegociación del TMEC para poder volver a tener aspiraciones presidenciales y poder reagrupar a su equipo.

De todas las “corcholatas”, sólo Claudia Sheinbaum logró capitalizar el proceso. No sólo se impuso en la contienda interna, también logró sentarse en la silla presidencial sin deberle nada a ninguno de los que compitieron contra ella. Su gobierno, con todo y las inercias del obradorismo, ha intentado marcar distancia de las formas y figuras del pasado reciente. Por lo menos en la política de seguridad. Sin embargo, el desastre de las otras “corcholatas”, las pugnas internas del movimiento, los escándalos de corrupción, la violencia, la falta de medicamentos y el yugo de Donald Trump, la han colocado en una posición de alto desgaste muy al inicio de su administración.

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