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Calle abierta representa riesgo en la colonia 28 de Junio

La problemática se encuentra sobre la calle Rio Salado y Licenciado Cesar Valdés generando riesgo entre los automovilistas.

Calle abierta representa riesgo en la colonia 28 de Junio: La problemática se encuentra sobre la calle Rio Salado y Licenciado Cesar Valdés generando riesgo entre los automovilistas.
José Gaytán
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En medio de la rutina diaria de los habitantes de la colonia 28 de Junio, una zanja abierta se ha convertido en una amenaza constante para quienes transitan por las calles Río Salado y Licenciado César Valdés. Lo que comenzó como un espacio delimitado con cinta de advertencia ha terminado por volverse una trampa urbana que representa un riesgo real para peatones, automovilistas y motociclistas que cruzan por esta zona.

El problema no es reciente, pero ha cobrado mayor relevancia ante la ausencia de señalamientos visibles y el creciente deterioro del terreno. La cinta amarilla que alguna vez alertó sobre el peligro ha desaparecido por completo, víctima del tiempo, las lluvias y el descuido. Hoy, quienes transitan por el lugar deben confiar en su memoria o pericia al volante para esquivar un tramo que debería estar cerrado o al menos visiblemente advertido, pero que permanece abierto como si no existiera ningún riesgo.

La zanja, ubicada en una intersección de considerable tránsito vecinal, representa más que un simple obstáculo. Su presencia es una amenaza constante que se intensifica en horas de poca visibilidad o durante la noche, cuando las luces de los vehículos muchas veces no alcanzan a detectar el desnivel hasta que ya es demasiado tarde. Basta un momento de distracción o un conductor poco familiarizado con la zona para que ocurra un accidente.

Peatones, en particular adultos mayores, niños o personas con alguna discapacidad, enfrentan un peligro adicional al caminar por estas calles. La falta de banquetas en buen estado y la cercanía de la zanja con el área de paso peatonal obliga a muchos a rodear el punto, invadiendo el arroyo vehicular y poniéndose en riesgo. De igual forma, motociclistas y ciclistas son especialmente vulnerables, ya que un pequeño error de cálculo puede derivar en caídas con consecuencias graves.

El entorno inmediato de esta calle refleja el abandono de la infraestructura urbana básica. Aun cuando no se trata de una arteria principal de la ciudad, es una vía utilizada diariamente por residentes, vehículos de reparto, transporte escolar y personas que se dirigen hacia centros de trabajo o servicios cercanos. En este contexto, la existencia de una zanja sin protección adecuada no solo es un fallo técnico, sino también un símbolo de la desatención a las necesidades básicas de comunidades que no siempre están en el foco de la agenda pública.

Este tipo de omisiones generan un impacto silencioso pero constante en la vida diaria de los ciudadanos. La percepción de seguridad vial disminuye, la movilidad se vuelve torpe e insegura, y la calidad de vida se ve comprometida por situaciones que, con atención oportuna, podrían haberse evitado. Además, el deterioro de las calles termina afectando el patrimonio de las personas, ya que muchos vehículos sufren daños por impactos o maniobras forzadas al evitar el socavón.

El problema también habla de una falta de continuidad en la atención a las obras públicas. Muchas veces se abren zanjas para introducir tuberías, realizar reparaciones o evaluar problemas subterráneos, pero no siempre se culmina el trabajo con el debido relleno y pavimentación. Este tipo de acciones a medias terminan generando más problemas de los que resuelven, dejando a la comunidad con una cicatriz urbana que puede tardar meses, incluso años, en ser atendida.

Además del riesgo físico que representa, la zanja también tiene un componente simbólico. Es un recordatorio constante para los vecinos de que su entorno no cuenta con la atención mínima necesaria para garantizar su seguridad. Se convierte en una especie de frontera urbana, una señal de que existen zonas de la ciudad donde las necesidades básicas parecen quedar al margen de las prioridades colectivas.

La falta de señalización activa un problema mayor: la indiferencia. Cuando los espacios públicos comienzan a deteriorarse y nadie responde, se instala la sensación de abandono, que poco a poco afecta la autoestima colectiva del vecindario. El riesgo no es solo físico, sino también emocional: sentir que el lugar donde uno vive no importa o no merece mantenimiento es un golpe sutil pero poderoso contra la cohesión social.

Es urgente replantear el papel de la infraestructura urbana en la vida de los ciudadanos, entendiendo que una calle en buen estado, señalizada correctamente y libre de riesgos, no es un lujo, sino una necesidad elemental. La seguridad vial no depende únicamente de conductores responsables, sino también de condiciones adecuadas para transitar.

La colonia 28 de Junio no debería resignarse a convivir con el peligro. Su gente merece calles funcionales, accesibles y seguras. No se trata de obras millonarias ni de megaproyectos, sino de acciones sencillas, concretas y de alto impacto social. Rellenar una zanja y señalizar un punto de riesgo puede evitar accidentes, salvar vidas y devolver a los vecinos la tranquilidad de caminar o conducir sin miedo.

Es momento de entender que una ciudad no se mide por sus edificios más altos ni por sus anuncios de inversión, sino por la dignidad con la que trata a sus barrios más tradicionales, a sus calles menos transitadas, a sus vecinos que, cada día, hacen lo posible por salir adelante pese a los baches, las zanjas y el abandono.

En lo profundo de la colonia 28 de Junio, la zanja abierta sigue ahí, como una herida que no cierra, esperando que algo o alguien decida, finalmente, sanar lo que desde hace tiempo está dañado.

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