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Brote de aguas residuales preocupa en los Nísperos

Un problema ignorado que amenaza la salud pública y afecta a los negocios alrededor

Brote de aguas residuales preocupa en los Nísperos : Un problema ignorado que amenaza la salud pública y afecta a los negocios alrededor
José Gaytán
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La ciudad enfrenta una crisis silenciosa pero visible: el colapso progresivo de su infraestructura urbana, en este caso, a través de un brote persistente de aguas negras en la colonia Nísperos. El derrame de aguas residuales en plena vía pública, específicamente en el cruce de las calles Jalisco y Mexicali, no solo representa una afectación directa a la movilidad y la calidad de vida, sino también una amenaza seria a la salud pública y al entorno urbano.

Este tipo de incidentes son cada vez más frecuentes en zonas residenciales y comerciales, donde las redes de drenaje, evidentemente rebasadas por la falta de mantenimiento, colapsan sin previo aviso y sin respuesta oportuna. El caso de la colonia Nísperos es alarmante, no únicamente por el derrame de aguas residuales en sí, sino por el contexto en el que ocurre: una zona con alta densidad de actividad diaria, comercios y espacios públicos.

En las inmediaciones del brote de aguas negras se encuentran varios puntos clave del día a día urbano: un restaurante con alta afluencia, cerrajerías, oficinas de servicios de telecomunicaciones, una escuela primaria y un parque recreativo. Esto significa que cientos de personas, incluyendo niños, transitan a diario por un entorno contaminado, rodeado de malos olores, charcos pestilentes y superficies deterioradas por la humedad constante. Todo esto sucede a la vista de todos, sin intervención efectiva ni acciones preventivas que contengan la problemática.

La presencia constante de aguas negras en la vía pública transforma una zona urbana en un espacio insalubre. Los residuos orgánicos y químicos que viajan por el sistema de drenaje, al derramarse sobre el asfalto, se convierten en focos de infección. Las enfermedades gastrointestinales, infecciones dérmicas y respiratorias se vuelven más probables, especialmente entre los grupos más vulnerables como niños, adultos mayores y personas con sistemas inmunológicos comprometidos.

Además del problema sanitario, este brote pone en evidencia la falta de planeación y mantenimiento de las redes de alcantarillado urbano. Las ciudades no colapsan de un día a otro; lo hacen lentamente, por la acumulación de pequeñas omisiones. Cada vez que se ignora un reporte vecinal, cada que se postergan obras de rehabilitación o se privilegian otros intereses antes que la salud colectiva, se alimenta una crisis como la que ahora afecta a la colonia Nísperos.

El deterioro de la carpeta asfáltica es otro síntoma evidente del abandono institucional. El agua estancada, más aún si es contaminada, debilita los materiales de pavimentación, generando baches, hundimientos y grietas que dificultan la movilidad y multiplican los costos de reparación a futuro. Las calles se vuelven intransitables no solo para vehículos, sino también para peatones que, en su trayecto diario, deben sortear charcos malolientes, zonas fangosas y superficies descompuestas.

Lo más preocupante es que esta situación ha dejado de ser una excepción. En distintas colonias de la ciudad, los brotes de aguas negras se han vuelto una constante. Lo que en otros países se consideraría un escándalo de salud pública, aquí es parte del paisaje urbano. Y mientras la ciudadanía intenta continuar con su vida diaria, las calles se transforman en trampas insalubres, sin que exista una cultura de mantenimiento preventivo ni una respuesta efectiva de quienes tienen la responsabilidad de intervenir.

La naturalización del deterioro urbano es un fenómeno peligroso. Cuando se convive con la suciedad, el mal olor y la descomposición del espacio público durante tanto tiempo, se pierde la capacidad de exigir. La indignación se convierte en resignación, y las autoridades —al notar que no hay presión ciudadana organizada— aplazan aún más sus obligaciones. Pero no se puede permitir que la indiferencia se convierta en norma, porque eso condena a generaciones a vivir entre desechos, baches y enfermedades prevenibles.

Una ciudad que no puede garantizar el funcionamiento mínimo de su sistema de drenaje es una ciudad que está fallando en su deber más básico: proteger la salud y el bienestar de sus habitantes. Los problemas estructurales, por complejos que sean, no se resuelven con discursos ni con intervenciones superficiales. Se requiere un compromiso genuino con el cuidado de la infraestructura, con la asignación de recursos reales para mantenimiento urbano y con una política clara de reacción inmediata ante emergencias como esta.

En el caso de la colonia Nísperos, no solo está en juego la comodidad de una zona residencial o el prestigio de un área comercial; está en riesgo la salud colectiva de una comunidad entera, particularmente de niños que acuden a la escuela en condiciones insalubres, de clientes y empleados que caminan a diario sobre agua contaminada, de familias que viven a escasos metros del punto del brote.

Si no se toman medidas urgentes, las consecuencias serán inevitables: proliferación de enfermedades, pérdida de valor inmobiliario, cierre de negocios, y un entorno urbano cada vez más dañado. El tiempo juega en contra cuando se trata de aguas negras. Cada día que pasa sin acción, es un día más que se contamina el entorno, que se destruye el pavimento, que se exponen personas al riesgo, y que se confirma la idea de que las denuncias ciudadanas no bastan para provocar un cambio.

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