Altos costos en cortes de carne no frenan la tradición de la carne asada
En el norte es toda una tradición reunirse para cocinar una carne asada pese al incremento en su precio.

En el norte del país, la carne asada representa mucho más que un platillo: es una tradición, un símbolo de convivencia familiar y un punto de encuentro entre generaciones. Pese al incremento en los precios de los principales cortes, provocado en gran parte por la sequía que afecta a los productores, esta costumbre se mantiene viva en los hogares de la región.
Los altos costos de productos como el New York, que ronda los 189 pesos por kilo, el Diezmillo en 154, y el Rib Eye alcanzando hasta los 214 pesos, no han sido impedimento para que las familias sigan encendiendo el carbón y preparando su asador. A esto se suman otros elementos como el carbón —con precios cercanos a los 70 pesos—, los insumos para las salsas, guarniciones y bebidas, lo que eleva considerablemente el gasto total.
Sin embargo, más allá de la economía doméstica, la carne asada sigue ocupando un lugar especial en la vida social de los habitantes del norte. Cada fin de semana, el aroma que emana de los patios y cocheras anuncia que la tradición sigue tan vigente como siempre. Adaptarse a los precios ha sido parte del proceso. En muchos hogares se ha optado por cortes más económicos, por compartir entre varias familias o por reducir las cantidades, sin que ello implique renunciar al ritual.
La sequía prolongada ha impactado directamente al sector ganadero, reduciendo la disponibilidad de reses y encareciendo los procesos de producción. Esto se ha reflejado en el mercado, con una escalada de precios que afecta tanto a productores como a consumidores. No obstante, el arraigo cultural de la carne asada es tal, que los ajustes se hacen con gusto con tal de mantener viva la costumbre.
La carne asada no solo es una comida, sino una experiencia: es el momento donde se comparten historias, se fortalecen lazos familiares y se celebra la identidad norteña. La preparación del asador, la elaboración de la salsa en molcajete, el acompañamiento de frijoles charros y tortillas recién hechas forman parte de un rito culinario que trasciende lo gastronómico.
En un contexto económico desafiante, la persistencia de esta práctica habla de la importancia de los rituales sociales en la vida cotidiana. Más allá del costo, lo que se preserva es el sentido de pertenencia y comunidad. Aunque la inflación o las sequías modifiquen las condiciones, la esencia permanece: reunirse alrededor del fuego y compartir.
La carne asada, en el norte de México, no se mide en kilos, sino en momentos. Por ello, mientras haya carbón, tortillas, y disposición para convivir, este platillo seguirá ocupando su lugar en las mesas y corazones de las familias, resistiendo incluso los embates del mercado.
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