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Acuérdate de Budapest 1956

Jean Meyer
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“Remember 1956”, fue el lema de una generación en Europa. El 23 de octubre de 1956, después del glorioso Octubre polaco, empezó la revolución húngara. Calificada de contrarrevolución por los soviéticos, fue una verdadera revolución. Obreros, estudiantes, soldados tomaron el edificio de la radio en Budapest porque eran hartos de la mentira oficial y querían expresar sus exigencias. La multitud destruyó la estatua de Stalin y la credibilidad de un régimen que se calificaba a sí mismo de “dictadura del proletariado” y “república popular”. Nada popular, ejercía su dictadura sobre el proletariado y toda la sociedad. El pueblo húngaro demostró entonces al mundo que quería de verdad la independencia y la democracia, quería vivir en paz en una sociedad libre y honesta, como lo expresaron los manifiestos.

Así lo dijo en 1985 Andras Hegedus, estaliniano ejemplar, jefe del gobierno húngaro de 1955 hasta la revolución de 1956 que lo transformó en demócrata: “Mirando por la ventana el 23 de octubre, veía a los manifestantes, un mar de gentes, y entendí en aquel instante que se trataba de una insurrección nacional dirigida contra la política del Partido y contra los hombres que la aplicaban. Entendí que esa revolución del pueblo iba a barrer con nosotros.”

La revolución húngara, dos años después del levantamiento de Berlín oriental (saludado por Bertold Brecht), doce años antes de “la Primavera de Praga”, veintitrés años antes del gran movimiento social de Solidarnosc en Polonia, conoció la misma suerte que todas aquellas protestas: lo que llama la atención en la actitud del Señor soviético para sus vasallos, es que la historia se repite siempre. De Budapest a Praga, de Praga a Kabul, el Kremlin actúa siempre de la misma manera frente a los movimientos que amenazan su dominio. Cuando la situación se vuelve incontrolable, decide una intervención armada, luego crea un gobierno pelele que, retrospectivamente, lanza un llamado a “la ayuda fraternal” de la URSS, para dar una máscara de legitimidad a la represión.

Así fue. En la madrugada del 4 de noviembre, los tanques soviéticos entraron en acción y se toparon con la resistencia desesperada de todo un pueblo. Lo que sé me lo contó un testigo, Lazar Brankov, yugoslavo que había sido edecán de Tito y su compañero en la lucha contra los nazis, agregado militar en Budapest, encarcelado por el gobierno húngaro a la hora de la ruptura entre Stalin y Tito. Comunistas, anticomunistas, soldados y oficiales se unieron en un verdadero levantamiento nacional; abrieron las puertas de las cárceles (así Lazar salió de su sótano debajo del Danubio) y lucharon todo lo que pudieron.

Sin apoyo externo, la resistencia estaba condenado. Los occidentales temían que Nikita Khrushchov renunciara a la coexistencia pacífica o fuese derrocado por los “halcones” del Kremlin. Francia, por ejemplo, si bien calificó de “error” la intervención militar soviético, exhortó a los húngaros a tener paciencia. Su Secretario de Relaciones declaró: “La ruptura de los lazos entre los países del Este y la Unión Soviética fortalecería en Moscú la posición de los elementos estalinianos, y sería el fin de la democratización”. Tal cual. Veinte mil combatientes cayeron y el gobierno pelele húngaro tuvo que ejercer la liquidación sumaria de mil personas. Dieciséis mil personas sufrieron largas penas de encarcelamiento. Imre Nagy, primer ministro, viejo dirigente comunista que aceptó presidir un movimiento que no había provocado, fue ejecutado de manera traicionera – aceptó salir de la embajada que lo protegía.

El actual dirigente húngaro, Viktor Orban, es amigo de Putin y de Trump, mientras que Rusia sigue siendo un peligro para sus vecinos; el ejército soviético atacó a Polonia y a Finlandia en 1939, intervino en Berlín, Budapest, Praga, Kabul. El ruso tomó el relevo al entrar en Georgia (1992), Chechenia (1996 y 1999), Georgia de nuevo (2008) y Ucrania desde 2014 hasta la fecha. En 1994, en Budapest, Ucrania renunció a sus armas atómicas a cambio de un tratado firmado por Rusia, Estados Unidos e Inglaterra garantizando su independencia e integridad territorial. ¿Se reunirán ahora Putin y Trump en Budapest para todo lo contrario?

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